Semana Santa de Málaga: 17 curiosidades de las cofradías del Domingo de Ramos de Málaga | Diario Sur

2022-05-19 09:31:07 By : Ms. Katya Yan

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Hay ciertos símbolos y detalles que pueden pasar desapercibidos para el público que sigue las procesiones de Semana Santa de Málaga. Te recopilamos algunas de ellas de Pollinica, Lágrimas y Favores de Fusionadas, Humildad y Paciencia, Dulce Nombre, Salutación, Humildad, Salud, Huerto y Prendimiento y te explicamos su significado y origen.

Es característico en esta cofradía el atuendo que viste el Señor, compuesto de una túnica de terciopelo rojo y un manteo verde del mismo tejido, piezas ambas bordadas en oro y cuyas tonalidades no responden a las estrictamente penitenciales en atención al misterio representado que no es propiamente pasionista.

El manto cruzado que tan solo comparte con el Cristo de la Cena, y que también llegaron a lucir los titulares del Prendimiento y el Huerto, es la versión cofrade de la capa plegada que usaban los antiguos hebreos y que empleaban tanto para defenderse del calor como del frío, para portar objetos, o de cobertor llegada la noche. La prenda en cuestión es mencionada numerosas veces en las Sagradas Escrituras, como ocurre en el pasaje donde se cuenta el uso que hizo de la suya el profeta Elías para dividir las aguas del Jordán, o cuando la arrojó a su discípulo Eliseo al ser arrebatado hasta el Cielo por un carro de fuego. El mismo Jesús la mencionó cuando dijo: «A quien quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto» (Mateo. 5, 40).

Desde hace muchos años es un distintivo en la cotitular de la Pollinica que sostenga en su mano izquierda una rosa amarilla, cuya procedencia se remonta a la promesa efectuada por Antonia Gallego Rueda, quien se la ofrendaba casi a diario en los tiempos en que la cofradía radicaba en la parroquia de San Felipe Neri.

Cuando esta señora falleció, sus hijos, por indicación suya, mantuvieron su voluntad, si bien al no poder desplazarse con frecuencia hasta la citada iglesia, acabaron por regalarle a la imagen una flor contrahecha de parecidas características que renovaban puntualmente en fechas cercanas a la Semana Santa. Actualmente la Virgen suele lucirla en la iglesia, ya que el Domingo de Ramos porta otra de oro de ley, regalo de María Luisa Martín Reyes. No obstante, para que la presencia de la rosa amarilla no se pierda en ningún momento, los albaceas de la hermandad la colocan ahora bajo la palmera que forma parte del trono de Nuestro Padre Jesús a su entrada en Jerusalén, donde es fácil distinguirla por su llamativo colorido.

Resta decir que, como no hay puras casualidades, la casa hermandad construida por la Cofradía de la Pollinica se alza justamente en el solar de la calle de Parras donde vivó aquella entusiasta devota.

Aunque los ángeles, según el magisterio de la Iglesia, pertenecen a una realidad invisible, los relatos bíblicos demuestran que, aun siendo espíritus, pueden tomar figura humana. Representarlos de forma corpórea ha sido una constante remotísima, generalmente como niños o mancebos para destacar su eterna juventud e inmortalidad. Añadirles alas además refleja su prontitud en obedecer a Dios y cumplir su cometido de mensajeros, que es lo que significa la etimología griega de su nombre. Como durante siglos la hegemonía cristiana se ajustó al ámbito occidental, el prototipo angélico se basó en querubes blancos y rubicundos, por lo que era una rareza personificarlos en sujetos de otra raza.

El Domingo de Ramos permite admirar tres ejemplos de angelitos negros. Uno de ellos es el 'Juanillo' de la Pollinica; otro, en el cajillo de la Virgen del Amparo; y el tercero, de María Santísima de Lágrimas y Favores. Se trata de una obra de Miguel Ángel Domínguez, poseyendo una policromía muy estudiada hasta en los reversos de las manitas y pies, donde la pigmentación es más atenuada como es normal entre las personas de color. Su presencia en este trono cabe explicarla como símbolo de la unión fraterna entre las razas.

La explicación hay que rastrearla muchos siglos atrás cuando en el seno de la Iglesia existía una controversia en torno a la Inmaculada Concepción de María, o sea la creencia de que la Madre de Jesús había sido concebida sin el pecado original, al contrario del resto de la humanidad que arrastra este rémora adquirida desde la rebeldía de Adán en el jardín del Edén. En la corroboración de esta prerrogativa mariana jugaron un papel muy importante las hermandades, siendo la del Silencio de Sevilla en 1615 la primera donde sus integrantes juraron morir en defensa de la misma, más de doscientos años antes de que finalmente esta doctrina fuese declarada dogma de fe bajo el pontificado de Pío IX.

Los hermanos de Lágrimas y Favores, mayordomía englobada en las Cofradías Fusionadas, profesan una especial devoción a este misterio, lo que se hace patente en el templete del frontal del trono, o en la elección del 8 de diciembre como fiesta de celebración a su titular. Además, en el cuerpo procesional los nazarenos que flanquean la bandera inmaculadista blanden respectivamente un cirio y una espada como recordatorios visibles de la fe y la defensa que en el pasado se hizo de este privilegio mariológico.

Esta imagen muestra al Señor sentado sobre una roca, meditabundo tras ser despojado de sus vestiduras y a la espera de ser crucificado. Nada más natural que sobre el áspero monte del Calvario algún animalito fuese involuntario testigo de esta ignominia. De esta forma, el escultor Manuel Ramos Corona ha introducido en la peana abrupta de la escultura una salamanquesa que pone una nota simpática en una representación tan lastimosa.

El caso es que con ello, quizás sin proponérselo, el artista ha aportado un precioso simbolismo, ya que desde antiguo este pequeño reptil se ha asociado a la idea de la regeneración y la inmortalidad implícitas en el triunfo de Cristo sobre la muerte. Y eso no solo porque es capaz de renovar su cola perdida, sino por cuanto se creía que era capaz de vivir en medio de las llamas, como se recoge en el capítulo XLV de 'El Quijote'. Por esto mismo también se ha asociado a la acción del Espíritu Santo y al fuego de Pentecostés, lo que explica una de las joyas más famosas que luce la Patrona de Almonte y de la que se canta: «La Virgen del Rocío lleva en el hombro/ una salamanquesa de plata y oro».

Responde al relato evangélico de las negaciones de San Pedro, a quien Jesús le había predicho que las proferiría antes del canto del gallo. Así se denominaba en la Antigüedad al tercer periodo de la vigilia de la noche, según la división establecida por los romanos, y que abarcaba desde la noche hasta las tres de la madrugada, lo que da idea del tiempo en que se desarrolló este pasaje de la Pasión.

Esto sustenta la opinión de muchos eruditos que piensan que la profecía del Señor se refería en realidad al «gallicinium», que era una señal nocturna establecida por los vigías romanos de la torre Antonia de Jerusalén y que emitían haciendo sonar un clarín. Sea como fuere el gallo vino a simbolizar en la doctrina cristiana al creyente en vela y al heraldo que anuncia con su trino el amanecer que es Cristo. De ahí que su silueta aparezca con frecuencia en las veletas de las antiguas iglesias, especialmente durante la época del Románico.

Sin restar poesía al asunto, cabe añadir que los gallos, aves territoriales por excelencia, cantan para confirmar su dominio sobre su espacio, espantar a posibles rivales y atraer y someter a las hembras.

Hace mucho que el lúgubre cromatismo presente en las hermandades penitenciales se mitigó con la incorporación de nuevas tonalidades, sobre todo, en los ternos de las imágenes marianas y en sus conjuntos procesionales. Cuando esta joven cofradía tomó la decisión de procesionar por vez primera a su Virgen titular en 2008, adquirió el trono en desuso de Nuestra Señora del Traspaso y Soledad de Viñeros, al que se adaptaron otros efectos como las barras antiguas del palio de María Santísima del Gran Perdón y el palio en malla confeccionado por Juan Rosén.

La realidad de este trono se hizo posible gracias a la generosidad del que fuera padrino de la bendición de la imagen, José Perea Cordobés, y la supervisión del diseñador y cofrade Eloy Téllez Carrión. A este último se debe la elección del color turquesa o verde mar, para el manto de la Virgen capuchinera, inédito hasta entonces en nuestra Semana Santa. El tejido escogido fue un satén de poco grosor, cortado y compuesto por el referido taller de Rosén.

La inevitable exaltación poética, inherente esta manifestación barroca, ha visto en este color, que oscila entre tonos azules a verdes, una evocación del mar que baña las costas malagueñas.

Es la representación de un personaje ficticio de la Pasión pergeñada por una leyenda piadosa que cuenta cómo una mujer que contemplaba el tránsito del Señor camino del Calvario, compadecida, se quitó su velo para enjugarle el rostro, quedando los rasgos milagrosamente plasmados en la tela. Distintas versiones de esta fábula identifican a este personaje con la mujer curada de un flujo de sangre por Jesús, según la narración evangélica, y con la historia del rey Abgar, de quien se dice quedó sano de la lepra al contacto con esta reliquia.

Los iconos del divino rostro fueron denominados como «vera icon» (verdadera imagen), denominación que se hizo extensiva a la mujer que pasó a llamarse Verónica. En la Edad Media este relato estaba muy extendido por toda Europa, situándose a su protagonista al lado de las demás mujeres presentes en la Pasión y otorgándosele la sexta estación del vía crucis. El supuesto paño acabó por venerarse en Roma, primero en la iglesia de San Silvestre y desde 1870 en la basílica Vaticana, suscitándose el culto a la faz de Cristo que numerosas cofradías han propagado, como ocurre con la hermandad malagueña de la Salutación.

El ingenio andaluz, en esta ocasión con un tono poco reverente, acuñó el término «Verónica», para referirse al lance taurino en el cual el lidiador espera al toro con la capa totalmente extendida.

Son muchas las hermandades malagueñas que veneran reliquias pasionistas o de lugares y santos relacionados con ellas. Indudablemente, las primeras además de ser muy apreciadas son las de más difícil obtención. La Hermandad de la Salutación tuvo la suerte de verse agraciada con la donación de una espina proveniente de la corona del Señor que era propiedad de Cristóbal García, persona muy religiosa que ejerció largos años de sacristán en la parroquia de San Felipe. Para albergarla, los cofrades encargaron en 1992 un ostensorio labrado en plata al orfebre José Manuel Ramos de Rivas, que todos los años figura en la delantera del trono procesional flanqueado por dos ángeles.

Por todo el orbe cristiano son muy abundantes las reliquias de las santas espinas, algo que se pretende justificar apuntando como la corona de Cristo, que se conserva en Notre Dame de París, carece de ellas por haberse arrancado todas para proveer relicarios; aunque en realidad muchas de ellas deben proceder de imágenes milagrosas. Esta práctica se ha mantenido en nuestros días, como prueba que la hermandad sevillana de Jesús del Gran Poder extrajo una espina de la corona de su imagen titular para ofrendarla a María Santísima de la Esperanza Macarena con motivo del cincuentenario de su coronación canónica.

Llegado el momento de acometer la realización del que sería el guion corporativo de la reorganizada Cofradía de la Humildad, se tuvo en cuenta un diseño original de Juan Casielles del Nido (1925-1981), que se restringía a la placa central y su correspondiente orla, pero con el añadido de un dibujo que complementaba y enriquecía el conjunto y que había plasmado Eloy Téllez Carrión. A este segundo artista se debe la inclusión de la torre de la Catedral en la insignia, que fue bordada en oro fino sobre terciopelo rojo por Jesús Ruiz Cebreros. Fielmente reproducido el campanario por este artista malagueño, presenta la curiosidad de que la esfera del reloj marca las cinco en punto de la tarde, algo no elegido al azar, pues indica el momento exacto en que la hermandad realizó su primera procesión en 1984, tras haber permanecido inactiva sesenta años desde que una serie de problemas internos la avocaron a la extinción.

Esta salida inaugural de la nueva época estuvo limitada a las calles del barrio de la Victoria, ya que la cofradía buscó acomodo en el santuario de la Patrona, tras haber desechado enclaves como la parroquia de Santo Domingo, donde tuvo la posibilidad de hacerse con la actual capilla del Cristo del Perdón.

Lo más socorrido para ornamentar esta tipo de insignia, que en realidad más que cubiertas son el estuche o caja donde se guarda un ejemplar de las reglas, es recurrir al escudo corporativo o al retrato de alguno de los titulares para el adorno de las tapas. La Hermandad de la Humildad, sin embargo, ostenta en el suyo la representación de un nazareno portando precisamente el libro en cuestión, en cuya minúscula portada se aprecia la corona de espinas con la caña cruzada que manifiesta el episodio pasionista del Ecce Homo que le es propio. La pieza cuenta con una labor de orfebrería sobre soporte de madera oscura y fue realizada en los talleres sevillanos de Villarreal, siguiendo un diseño de Eloy Téllez Carrión, quien sucedió en los menesteres de la dirección artística de la cofradía a Juan Casielles del Nido, autor del diseño de esta insignia.

No es muy frecuente que en los enseres de las hermandades malagueñas figuren representaciones de penitentes, al contrario de lo que ocurre en otras ciudades donde forman parte del adorno de candelabros o respiraderos, por lo que este libro de estatutos de la Hermandad de la Humildad constituye toda una excepción.

Que son de las llamadas 'rizadas', porque a los cirios se les añade artísticas flores fundidas en cera y con colgantes unidos por hilillos. Su estética más divulgada procede de las hermandades sevillanas o cordobesas, pero de ninguna manera se trata de una tradición generadas allí. El origen de estos adornos en cera hay que rastrearlo en la costumbre de adornar los cirios pascuales, que siempre han sobresalido por su tamaño y sus exornos. De hecho, en las minutas de desembolsos de siglos pasados conservadas en el archivo de la Catedral malagueña es frecuente anotar partidas «para el aderezo y rizado del cirio», componenda que incluía perifollos y lazos.

En la década de los cuarenta la Virgen del Rocío llegó a llevar toda la candelería con velas rizadas, así como posteriormente la de Gracia, aunque los adornos de las mismas, a bases de 'pellizcos', las acercaba a la estética de las tradicionales velas de bautizo. También la Esperanza las usó en los años setenta, regalo de Dolores Carrera, y la de la Expiración hermoseó con ellas el frente del trono de traslado que empleó en la coronación canónica.

Es un motivo alegórico que alude a María como fuente de la salud, en referencia a la advocación de la imagen titular de esta cofradía trinitaria, aunque en rigor la tradición relaciona más directamente a la Virgen como «pozo de aguas vivas», o la fontana de donde brotan todas las gracias que se derraman sobre los hombres, como se expresa en estos antiguos versos: «Canal es María, la fuente divina/ por dó sobre el mundo la gracia manó/, que siglos y siglos no agotan/ y hoy es tan fecunda cual pura nació». A la par las letanías presentan a la Madre de Dios como «salus infirmorum», aplicando a su persona interpretaciones tomadas de las Escrituras, como ocurre con el salmo 103, o en la segunda carta a los Corintios: «¿Quién de vosotros se halla afligido de una enfermedad sin que yo me compadezca?».

Pero el agua también se encuentra relacionada con el efecto sanador obtenido por la intercesión de la Virgen, como prueba los numerosos santuarios donde se encuentran manantiales milagrosos, como en Lourdes.

Esta interpretación de la fuente de la salud está representada en dos elementos del ajuar procesional de esta cofradía: en el estandarte de este título y en la saya de gala que viste la Señora, piezas ambas confeccionadas por Jesús Ruiz Cebreros.

Esta imagen desde siempre ha lucido una sardineta, que se trata de un cinto compuesto por una banda de la que penden otras dos acabadas en forma triangular y rematada por borlas. Aun cuando en la actualidad solo la luzca esta imagen se puede intuir, gracias a añejas fotografías, que también el antiguo Cristo de la Pollinica era ataviado con un ceñidor parecido.

Esta prenda y el vocablo que la define provienen de la indumentaria militar, ya que en el pasado formaba parte de determinados uniformes de gala reservados a los mandos. Su denominación debe proceder de la forma triangular adoptada por las caídas que rematan en algo parecido a la cola de un pez.

En el ajuar del Señor del Huerto destacan tres sardinetas. La más antigua, sobre soporte pardo, posee una sencilla decoración a base de hojitas de olivo. Posee otra en oro sobre tisú blanco, y una tercera que forma parte del terno procesional, y que como la precedente fue bordada por Manuel Mendoza, según un diseño de Salvador Aguilar.

El éxito de esta prenda y su denominación, tan genuina del procesionismo malagueño, han sido imitadas en otros lugares. En 2008 la sevillana Virgen de la Palma de la Hermandad del Buen Fin estrenó una sardineta, según proyecto de José Asián.

Se trata de un olivo, lo que puede resultar obvio en una corporación que venera el pasaje de Getsemaní, pero que posee además una historia que contar. Esta prenda le fue encargada al bordador Leopoldo Padilla no por la Archicofradía del Huerto, sino por quien hacia 1948 era hermano mayor de la misma, Lorenzo Silva de los Ríos, quien determinó costearla de su propio bolsillo.

Hasta tres dibujos llegó a presentar el artista, deseoso de no plegarse al gusto del donante que a toda costa quería que en el manto figurase un olivo, no solo en relación al misterio de la hermandad, sino en atención a su gremio, ya que él era un acreditado industrial del ramo del aceite, y regentaba unos grandes almacenes enclavados en la calle Cuarteles.

Finalmente, don Lorenzo impuso su voluntad y el bordador incluyó el árbol en el boceto definitivo, dándose la circunstancia de que, por entonces, el Señor del Huerto todavía poseía una parcela rústica que le había sido ofrendada por un devoto, lo que era muy frecuente en tiempos pasados, y la fotografía de uno de los olivos allí plantados sirvió como modelo para el árbol de un manto, que cuando se estrenó pasó por ser el más lujoso de toda la Semana Santa malagueña.

En la noche del Jueves Santo una turba compuesta de soldados y sirvientes del sumo sacerdote, armados y con antorchas, se personaron en Getsemaní para proceder al arresto de Jesús. Según cuentan los evangelios, Pedro intentó hacerles frente hiriendo a uno de ellos a quien llegó a cercenarle una oreja con su espada. Este individuo se llamaba Malco, el primer personaje que derramó sangre en el ciclo de la Pasión y el beneficiario del último de los milagros realizados por Cristo, obviando relatos apócrifos. Malco debió caer por tierra gritando de dolor, ya que San Mateo dice taxativamente que el Señor recogió el apéndice apuntado y se lo reintegró milagrosamente. La lectura espiritual que se desprende de este pasaje resulta clara: Nunca devolver mal por mal nunca, siempre ha de prevalecer el amor sobre la violencia.

El trono del Prendimiento representa a un mismo tiempo las escenas concatenadas del beso de Judas y la agresión de San Pedro al criado. Salvo la imagen del titular y del apóstol traidor, las restantes fueron labradas en 2005 por Juan Manuel García Palomo. Malco, que es un autorretrato del escultor, aparece abatido, intentando defenderse de la iracunda acometida de San Pedro.

Efectivamente, algunos de los penitentes que figuran abriendo la procesión de esta cofradía portan estos atributos propios de los obispos, que, al menos desde el siglo IV, vienen utilizándolos como figuración del cayado que utilizan los rabadanes para apacentar sus ovejas, a quienes se comparan a semejanza de Cristo quien se definió a sí mismo como 'El Buen Pastor' (Juan 10, 11). Como ocurre con los ornamentos sagrados, el báculo tiene una simbología añadida de la que se desprende que el vástago, de material duro significa la firmeza y la forma corva del remate, que se revuelve hacia el suelo, alude a la compasión y la blandura con los que los obispos han de tratar y corregir a su rebaño.

Los báculos que pertenecen a esta hermandad capuchinera, de una gran esbeltez, fueron realizados en 1993 en metal plateado por el taller de Manuel Ramos de Rivas. Otras cofradías en Málaga han usado de estas insignias en número no inferior a cuatro, por lo que no induce a ninguna mala interpretación, viniendo a considerarse como una seña de respeto a la dignidad episcopal. Cabe recordar que la diócesis malacitana, como toda la Bética, fue cristianizada en fechas muy tempranas y que el primero de sus prelados conocidos, San Patricio, data del siglo IV.